Cuando
inicié mis estudios universitarios, la filosofía era uno de los cursos nuevos
de la carrera. Nunca antes había estudiado algo como esto en el bachillerato. Sin
embargo había tenido algo de experiencia estudiando lógica matemática, aunque
la forma de abordar esta materia en la universidad era muy diferente. Siempre supe
que sería una de las asignaturas complementarias más importantes en la carrera
de historiador.
La
asignatura tiene varias virtudes que la hacen relevante. El primero de ellos,
es su carácter abstracto. Al carecer la historia de herramientas matemáticas o
exactas para verificar sus descubrimientos, viene a ser la abstracción uno de
los requisitos primordiales para aprender el oficio del historiador. Esto aplica
a las demás ciencias sociales, puesto que tienen las mismas características.
El
pensamiento abstracto consiste en comprender más allá de lo aparente. En ciencias
sociales significa, entender una dinámica a partir de algunos datos muchas
veces no tan claros. Para ello se necesita estudiar un sistema de categorías
que permitan ese acercamiento. Sin embargo a la par de esto viene la capacidad
de cuestionar las cosas, pues en ciencias sociales no hay nada absoluto.
Y
es esta otra de las características de la filosofía. El plantearse preguntas,
la reflexión y el dudar sobre lo supuestamente absoluto, convierten esta
disciplina en crucial para la formación de profesionales. En un mundo donde los
medios de comunicación y la propaganda pretenden validar sus afirmaciones
recurriendo a mecanismos persuasivos cada vez más sutiles y a veces hasta
ridículos, es necesaria la duda.
Pero
la duda y las preguntas guían al profesional por la necesidad de conocer, y
este terreno puede llevar a la discusión epistemológica. La comprensión del
proceso de producir conocimiento puede evitar la enunciación de argumentos
dogmáticos o falaces. Sin embargo también requiere de un riguroso proceso de
análisis, donde puede emplearse la lógica como otro de los recursos de la
filosofía.
La
filosofía en los últimos años ha venido perdiendo relevancia, pues el mercado parece
demandar profesionales con habilidades más prácticas y específicas. Por ejemplo,
los bachilleratos donde se imparte la filosofía son cada vez menos, además no
siempre sus docentes están preparados para afrontar la materia y terminan
impartiendo conocimientos poco útiles, focalizándose principalmente en la memorización
de datos irrelevantes.
Retomando
la problemática del profesional de las ciencias sociales, la filosofía me ha
permitido desarrollar capacidades de abstracción y cuestionamiento que han sido
vitales en mi profesión. Lleva la duda a ser un punto de partida para la generación
de conocimiento, y sobre todo desarrollo la capacidad intelectual necesaria
para estas profesiones que dependen de la capacidad abstracta y argumentativa.
Sin
embargo no siempre el nivel académico es el adecuado para brindar las
herramientas necesarias para la formación profesional. El verdadero abordaje de
la filosofía requiere de la lectura directa de los clásicos, tales como:
Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel, Marx o Nietzche, solo de esta manera se
podrían desarrollar las destrezas de abstracción y análisis que la filosofía
demanda.
Muchas
veces la formación universitaria en filosofía se reduce a la siempre comprensión
de generalidades que poco aportan a la formación de pensamiento abstracto. En el
bachillerato también se hubiesen podido aprovechar estos espacios para formar
en el pensamiento a los jóvenes, pero la preparación rondaba en lo mismo, la memorización
de un manual que poco aportaba al desarrollo del pensamiento crítico, abstracto
y lógico.
Es
por esto que la filosofía sigue siendo vigente en la formación intelectual de
los profesionales. Desafortunadamente la oportunidad de preparar a la juventud
en este tipo de razonamiento se ha ido perdiendo pues las horas dedicadas al
cultivo de esta materia se han ido reduciendo y quizás en algunos años
desaparecerán por completo.
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